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Cierta vez un hombre bueno pero infeliz decidió salir de apuros vendiendo su alma al diablo. Invocó a Kizín y cuando lo tuvo delante le dijo lo que quería. A Kizín le agradó la idea de llevarse el alma de un hombre bueno.

A cambio de su alma el hombre pidió siete cosas; una para cada día. Para el primer día quiso dinero y en seguida se vio con los bolsillos llenos de oro. Para el segundo quiso salud y la tuvo perfecta. Para el tercero quiso comida y comió hasta reventar. Para el cuarto quiso mujeres y lo rodearon las más hermosas. Para el quinto quiso poder y vivió como un cacique. Para el sexto quiso viajar y, en un abrir y cerrar de ojos, estuvo en mil lugares.

Kizín le dijo entonces:
—Ahora ¿qué quieres? Piensa en que es el último día.
—Ahora sólo quiero satisfacer un capricho.
—Dímelo y te lo concederé.
—Quiero que laves estos frijolitos negros que tengo, hasta que se vuelvan blancos.
—Eso es fácil —dijo Kizín.

Y se puso a lavarlos, pero como no se blanqueaban, pensó: “Este hombre me ha engañado y perdí un alma. Para que esto no me vuelva a suceder, de hoy en adelante habrá frijoles negros, blancos, amarillos y rojos”.

 

Fuente:

  • ABREU GÓMEZ, ERMILO. Leyendas y consejas del antiguo Yucatán. Botas. México, 1961.

La X-tabay

Se cuenta que al principio de la venida de las tribus mayas a tierras de Yukalpetén existió, en uno de los cacicazgos, una preciosa india de noble abolengo que lucia dos hermosos ojos negros que desprendían fulgores hechizadores; y en su diminuta boca anidaba la sonrisa más subyugadora. Era la princesa SULAY.

En las tardes luminosas, perfumadas por alas flores campestres, la joven se sentaba a la puerta de su casa, desataba la mata de sus cabellos y con verdadera fruición los alisaba para aumentar su brillo; luego los dejaba caer sobre su espalda y emprendía el paseo por las ondulantes calles de la población.

Paseaba majestuosa, llevando como manto la negra cabellera que besaba sus tobillos tiernos y tibios y en las hebras se iban prendiendo los suspiros de los mozos que, palpitantes de emoción, la seguían con la mirada; ella satisfecha sonreía y pasaba como pasan las flores dejando una estela de perfumes.

Numerosos eran los donceles que codiciaban el amor de tan delicada criatura del Mayab; mas la princesa permanecía indiferente ante las solicitudes, parecía que los dioses se hubieran olvidado de ponerle corazón.

Así se pasaba los días y las lunas; la joven luciendo sus encantos, los corazones consumiéndose en las llamas del amor.

En la misma población vivía una joven X-pul-yaah (hechicera) que estaba enloquecida por la prestancia de un joven guerrero y que, por medio de arte de magia, quería rendirlo a sus pies, más el valiente soldado parecía inconmovible a las acechanzas de la joven, amiga de consultar a los luceros, al Sots (murciélago) o al Tunkuluchú (búho).

El guerrero sólo vivía pensando en la de la larga cabellera, en la de los ojos inmensos y soñadores, en la de la dulce sonrisa arrobadora; y por eso todas las tardes se le veía parado, cual estatua viviente junto al tronco del Yaax-ché (ceiba) que con sus grandes y verdes ramas extendidas parecía proteger la plaza en cuyo centro se erguía desafiador; y allí contaba los instantes antes de que apareciera la esbelta figura de la dueña de sus pensamientos y de sus amores. Y desde allí la veía pasar arrogante, envuelta en negra cabellera, desafiando a la luz, con la luz de sus morenos ojos y endulzando la brisa con las mieles de su sonrisa inigualada.

La X-pulyaah quiso saber a qué se debía la indiferencia del guerrero y por qué no respondía a las llamadas que le hacía a través de los hilos de la luz lunar; y se propuso seguirle sus pasos; y así fue como una de tantas tardes, cuando el Dios Sol se arropaba en su manto de oro y de púrpura para prepararse al descanso nocturno, descubrió al bien amado bajo el Yaax-ché. Ella, a corta distancia se ocultaba entre los bejucos del Meex-nuxib (barbas de viejo) que a la sazón estaba cubierto de flores y semejaba una sábana blanca; y desde allí observa, observa, y descubre el paso de su rival que es envuelta en las amorosas miradas del guerrero hasta que se pierde en un recodo de la población la mujer de la larga cabellera bruna.

Ahora lo ha comprendido todo; hay otra mujer que se interpone en el camino de jsu dicha; y la hechicera no Puede permitirlo. Pondrá, en juego todos sus conocimientos y logrará perderla.

En un pequeño homá (cajete, plato hondo de barro) la X-pul-yaah coloca agua cogida en un cenote oculto en el bosque a donde no llegan los hombres y por tanto no está manchada; después va echando diversas hierbas de propiedades milagrosas; y luego coloca el envase sobre unas ramas en llamas para que el calor se forme un filtro, que será su arma vengativa.

Con toda paciencia, durante siete días con sus siete noches consecutivas, la X-pulyaah no descansa de mover y revolver el menjurje, al mismo tiempo que invoca a los espíritus malignos que son sus aliados. Concluida la operación quita del fuego la vasija y de está descanta un líquido viscoso. Ya esta preparado el filtro vengador.

En una mañana serena, las X-hailes (campanillas) lucían la belleza de sus delicadas corolas en las ramas de los árboles y cubrían con sus guirnaldas las piedras de las “albarradas”, la X-pulyaah salió de su choza llevando en un Ch’uyub (rodaja con cuerdas para suspender objetos) la blanca luch (jícara) llena de aromático aak’sa’ (atole nuevo), que había mezclado con el filtro vengador.

Con paso resuelto llega hasta la morada de la encantadora criatura que encendía los celos de la hechicera; aquella estaba dedicada a torcer Kuch (hilo de algodón) y al ver a la desconocida visitante salió a su encuentro y le preguntó: ¿Qué quieres linda mujer?, a lo que ésta respondió: vine a poner a tus pies el atole de los primeros elotes que brotaron de mi milpa. Estoy deseosa que sea endulzado con miel de tus labios.

La joven india de carne tibia y piel de color de canela, sin sospechar que aquella ofrenda encerraba algún  peligro, se puso a saborear el atole nuevo.

A medida que pasaban las horas un calor desconocido fue invadiendo el cuerpo de la doncella que sintió que una pasión desconocida se apoderaba de todo su ser; visiones eróticas pasaban ante sus ojos encandilados y sintió una abrasadora sed de amor carnal.

Los nobles sentimientos de la princesa maya libraban terrible lucha contra los sacudimientos de su cuerpo virgen que se consumía como la leña en la hoguera; y se paseaba desesperada de un lado a otro de  su morada. Y ya cuando iba a morir el día salió de ésta para dar su paseo acostumbrado, mas al pasar junto al yaaxché, al encontrarse al joven guerrero que la envolvía en el fuego de sus miradas, olvidando todo miramiento a su nombre y a su casta, se acercó a él, le tomó la cabeza con las manos calenturientas, se irguió sobre sus diminutos pies, y antes de juntar sus húmedos labios, con los del guerrero exclama: “Aquí estoy; recíbeme entre tus brazos; es para ti mi corazón, es para ti la dulzura de mi cuerpo para siempre…

Cogidos de las manos salieron de la población protegidos por las sombras de la noche que caía sobre el Mayab y se perdieron en el boscaje lleno de misterios. En las ramas del yaax-ché, la X-t’oka-xnuk (búho pequeño) se puso a avisar la partida de la muchacha que durante los atardeceres luciera su abundante cabellera, cual un manto negro que llegaba hasta los morenos, tiernos y tibios tobillos; y en el pueblo todos escucharon el canto de mal augurio: t’o. t’o, t’o, t’o, t’o, t’o… sintiendo que se les erizaba el espinazo, y los kokayes (luciérnagas) salieron de sus linternas de luz intermitentes para buscar a la joven que se había marchado en pos del amor.

La noticia de la fuga de la linda muchacha se difundió rápidamente por todo el cacicazgo y el Halach-Winik (gobernador) se llenó de cólera por la indigna conducta de su hija que mancilló su nombre y su casta, y la maldijo con estas palabras: Que la cargue el demonio, que acabe en el infierno.

Con la partida de Suluay el palacio y sus derredores quedaron sumidos en el silencio; y en penacho de los guanos ya no cantaba el Hom-Xámil (oropéndula); y sólo durante las calurosas horas de la siesta se escuchaba el melancólico arrullo de la Mukuy (tórtola) con su: Tikin-mu, Tikin-mu, Tikin-mu… llenado de tristeza a quienes la escuchaban, pensando en la suerte que los dioses del Mayab deparaban a la hechizada princesa.

La joven pecadora, insaciable en su pasión carnal, paso de brazo en brazo, de lecho en lecho, entregando su cuerpo moreno y tibio, ya en la sombra de las cavernas o sobre el césped de los prados en las noches lunares, cuando las sombras se posan en las ramas de los árboles.

Después de algún tiempo, el velo del olvido envolvió a la desdichada joven, quien prematuramente agotada falleció abandonada en el monte sin más compañía que el tétrico Ch’om (zopilote) que vigilaba a su próxima presa. La pecadora murió…

Y dice la leyenda, que poco después, durante las noches en que la luna invade los campos del Mayab, se ve a una bella mujer vestida de blanco, de larga cabellera y cubierto el cuerpo de largos velos que se posa entre las ramas del Yaax-ché para esperar el paso de algún hombre, principalmente si es joven, a quien seduce con sus promesas amorosas; y si éste, por su inexperiencia, se deja engañar, no regresa más a su morada y si regresa se siente poseído de una gran tristeza que poco a poco va agotándolo, poniéndolo amarillento como esas plantas faltas de sol, hasta que enloquece y en medio de amoroso delirio muere.

A esta aparición en las tierras del Mayab se le ha dado el nombre de X-tabay (lshtabay); no poco de sus habitantes aún creen en su existencia; y muchos de los que en ella nacemos y desde niños conocemos esta leyenda, sentimos cierto temor cuando de mocosos pasamos junto a un Yaax-ché, cuando todo es luz al encenderse el fanal de la luna en la comba del firmamento.

Fuente:

  • SOUZA NOVELO, NARCISO. Leyendas Mayas. Distribuidora de Libros Yucatecos. México, 1971.

Tercer lugar en los VI Juegos Nacionales Literarios Universitarios (2008).

JUN TÚUL AJ KALAN

Chen u najil x Inocenta Cuxim yáan tu’ux mix jun p’éel u chan k’áaba’ yanchajti’. Jach taytak u maan jun p’éel ja’ab ma’ tu taal tu naajil le xib yéetel máax káajano’ –ts’ó’ok u kajtal ka’ach yéetel ka’atúul máako’ob–, leti’ tuune’ ka’a tu t’anàj tun tu xikín tak ka tu beetaj ka xi’ik káajal yéetel tak teelo’. «Te tuno’ chen tech» tu yaalajti’, ichil u jel ba’alo’ob. Ichil lelo’ jach jaj ma’ tu tusii’. Jach jaj chen leti’, tumeen mina’an mix jun túul ko’olel, chen leti’, tu jal min ya’ab beelil tu jal tu’ux kaja’an. U yichame’, jun tul aj koonol che’e’, ku xump’ajtik mantats’ chejn tia’al u yilik bix u bin u koonolo’ob ti’ tánxel noj káaj. Chen kex jay p’éel k’iino’ob ku chan k’uchul u yilae, ku ts’isik te’ tu k’aano’ ts’ó’okole’ ku ka’a sa’atal. «Waye’ tun bin tun in x lo’obalyanileno’» ku ya’alikubaj, le ken u yilaej táan u bin tu k’ataen u yicham tia’al u kalant u meyajo’. «Tuláakal ba’al yáantech mixba’al ku binektiktech x ko’olel, –ku nuukaj ti’ tumeen le máake’–, kin taasiktech a nok’ yéetel a wo’och; ichil le ch’iiko’ yáatech ixi’im yéetel xan i si’il tia’al a k’ak’, ¿ba’ax u jel a k’áatij?». «Le k’aano’ jach nojoch chen in tia’al» ku nuukik chen tia’al u nich’bal le máake’, ka’alikil ku baalal u ja’il u yich. Le aj koonolo’ ichil jun p’éel u súuk u bimbale’, maan tu jo’ole’, ma’ bin chen leti’ ku ki’imakuntik u yóol yéetel u winkilal le x Inocentao’. «Jach bey in wóole’ tan u mansikten nok’ tu jol in wich, –ku bin u tuukultik ka’alikil ku cha’antik bix u bin u pekskubaj le x ko’olelo’ –wa ti’ ten yaane’, ma’ tin bin ti’ le naajila’,ba’ale’ yáan xan in kaalantik le meyajo’» ku túukultik ka’alikil ku bin u yu’ubik bin u nich’bal chen tumeen ku tuukultik u yoksikubaj le x ko’olelo’ yéetel u jel máak. Jach taytak u k’uchul tun ti’ le k’iino’ob ku taalo’obo’, jun p’éel nojoch meyaj tu’ux kun najalt ya’ab taak’in; jach ku tuklik yaan u nachtal ti’ le k’áaxo’, kuxtun wa ku jach xantal u ka’a súut, kex jayp’éel p’isk’iino’ob. Ichil ak’aabe’ ka’alikil meek’an u winkilil yéetel u winkilil le x ko’olelo’, ka maan tu tuukul tun bix ken u béet le ken xi’ik te meyjo’, ka’alikil mix ku muk’yajt u p’aatik u yaatano’, tumeen mix máak kun yáantal yéetel le ko’olelo’. Chen p’elak jan sáachaje’, ka jan bin aalkabil te ts’óno’ot yáan tu chúumuk k’áax yáan tu jaajil u soolaro’. Jach te’ yáan máax je’el u pajtal u yaantiko’. Tu nup’aj u ka’a p’éel k’aabo’ob tu yok’ol u chi’e’ ka jop’ u yaawat, ka’alikil ku bin u piirin súut tuláakal tu’ux.

–¡Cumpaj! ¡Cumpaj! ¡Cumpaj!

Ma’ ts’ó’okok u jok’ol u ts’ó’ok u t’aan tu chi’e’, ti’ tun le loba’an k’áax ku pixík u chi’ le ts’óno’oto’, chikpaj jun túul kichkelem mestizo, u chen bukintmaj u sak p’ook, jun p’éel jach taj jats’uts’ filipinaj yáan u botnilo’ob betano’ob yéetel u paach aak, jun p’éel chichich ji’an chowak eex, layli’ sák u bonile’, u k’ewel xanabo’ob ku junjumo’ob yéetel u nok’il u cho’ik u siime’ u k’axmaj tu kaal. U yicho’ob beyo’ob k’aak’e’ ku paktiko’ob le aj koonolo’ ka’alikile’ tu chi’e’ ku bin u chíkpajal jun p’éel sáajal che’ej.

–¡Chan kumpaj, jach ki’imak in wóol in wilikech, ma’ tin mek’ikech chen tumeen jach táantik in jook’ol tu chúumuk metnaal! –ku ya’alikti’ ka’alikil ku meek’ik le iik’o’, ku bin u je’ei bey xan u k’alik u k’abo’ob.

–¡Ma’ tuklik chan kumpaj, sáasteni’ wa tin nich’banskech ba’ale’, jach tak in k’áatiktech jun p’éel nojoch antaj–. Tu nuukaj ti’ ka’alikil ku bin u tsíkbaltikti’ sen ba’axo’ob muk’yajil ku bin u máansik tu yo’olal u túumben yaatán. Le mestizo’o’ u jets’maj u túukul tia’al u yu’ubik ba’ax ku ya’alik le máako’. Ma’ tak u yoksikubai’ ti’ ba’alo’ob ku tuukultik ma’ u tia’al leti’i’, ba’ale’ mina’an ya’ab ba’alo’ob ku pajtal u béetik tia’al u ya’alik ma’ ti’ u kumpaleo’. Le aantaj ku k’aatik ti’ le u kumpaleo’, ku yilik bey jun p’éel ba’al ma’ jach ma’alobi’, tak ku yu’ubik ma’ u meyaj tia’al jun túul kisín ts’ok u xaantal táan u meyaj tia’al u chinjo’olta’al tumeen k’asano’ob.

–K’aabet a wojeltik kumpaj jach ya’ab meyaj yáanten, k’abeet in bin in béet u ba’atel káajo’ob, in nojochkint xan mejen ba’ateilo’ob, in jalk’atik xan kex jayp’éel k’ojanilo’ob. K’aabet xan in kalaantik máaxo’ob in aj meyajo’ob: aj majan tak’ino’ob, aj koon k’olelo’ob, aj konolo’ob, aj kon k’aj ja’ilo’ob, tak jay túul yum k’iino’ob; jach tu jajil yéetel tuláakal in puksi’ik’al ku taktal in waankech ba’ale’ ma’ tu paajtal, chan na’ateni’, tumeen le yok’ol kaaba’ wa ma’ kuxanene’ ku kimlo’on ich nak óolil.

Le máak tuno’ kex ma’ tu na’ataj tuláakal le ba’axo’ob tu ya’alaj le kísno’, ma’ tu ch’enaj u k’áatik ti’ ka anntak u kalaant u le u yáatano’. «Chen jay p’éel p’iisk’iino’ob, ts’ó’ok a wilik mix jun ten in k’áatech mixba’al, kumpaj, –tu jan ya’alak bey tan u muk’yaje’, bey tuno’ tak u yet tsíkbalo’ je’e bix tu yu’ubajo’, ma’ beychaj u ya’alik wa ma’–, yax ten lela’ kin naats’al ta wiknal ti’al in k’áatiktech wa ba’ax, jach u jaajile’ ma’ tu pajtal a wa’alikten wa ma’». Le kisín tuno’ u yojel le ba’axo’ob ku ya’alik le aj koonolo’ jach jaaj, yéetel tun lelo’ tak tu yu’ububa’ nojochil tu yo’olal u jets’ik u yóol le u kumpaleo’ u tia’al u k’uubik ka kalaantak u yatán tumeen le k’ak’as máako’, kex u yojel le kísino’ jach utstich tuláakal ko’olel. «Ma’alob, ma’alob, –chen saawal t’áan ku béeteik, kex ma’ tak u ya’alike’ jok’ tu chi’–, in ka’aj in kalaant a watano’, ka’alikil a súut, ba’ale’ chen ti’ le ten je’ela’ kin in wantech, ma’ a k’áatik ten tu k’ataen ba’alo’ob je’e bix lela’».

Le k’iin tu ya’alajo’ob le kisín máako’ kuch jach tu yorail k’áabet u bin le máak ti’ naach káaj tu meyajo’. «Jach níib óolal kumpaj», chukáj u ya’ale máake’ bey jach taytak u kúuchul tu’ux loloch u bejil u bino’. «U t’áan kisne’, jun p’éel ma’alob t’áan» tu ya’alubaj bey mix ba’al u jel u pajtal u béetike’, ka’alikil kulukbaj ti’ jun p’éel nojch tuunich. Deesde ti’ le kúuchilo’ ku bin u yilik le x ko’olel ku bin u bin u pekskubaj ichil le xa’anil naajo’, ka’alikil u jets’mubaj ichil u meyaj te naajilo’. X Inocentae’ jun puli’ jach ki’ichpam jun puli’, tu yaanal u xokbilchuy huipile’ ku chíkpajal u jats’uts’ winkilil, jach ma’alob iila’abik tumeen u yicham le k’iin ka ila’ab táan u meyaj tu’ux ku kaaltal máak, ti’ tu’ux tu jo’osajo’. Le x ko’olel tuno’ ku béetik bey ma’ táan u yilike’ chen ba’ale’ u yojel leti’ u aj kaalam. Tak bey tan u chinkubaj k’iine’ ka tu jets’aj u t’áanik tun: «¡Arredovaya!, betsa’ tak aj kaalam ko’olelo’ob ts’ó’ok a súut cahn etail, téene’ in woojel máaxech, –ku bin u ya’alik ti’ ka’likil ku che’ej yéetel ichil u bin u ye’esik u ja’tsil ti’– teeche’ le ku ya’alal kísino’. ¡Etail ay ombe, tak tu’ux luubech!». J Mefistófeles chen tu yuch’aj u pat u yich ka saawal t’áanajij ba’alo’ob ma’ tu natpajalo’ob. Ich aak’abe’ le x ko’olelo’ tu ichkinaj yéetel u ja’il u yits che’ ts’ó’okole’ ka tu xachtaj u muulix jo’ole’ yéetel u xache’il k’áax. «Ko’oten chitaj tin k’aam, –ichil ch’újuk t’aanile’, ku t’áanik le kisno’, ka’alikil ku t’áanik xan yéetel u yaal u noj u k’abil–, ¡ko’oten chan kisín… ko’oten! laylie’ a kumpale’ mix bi k’iin ken u yojeltej». Kex le ko’olele’, jun puli’ xan jun túul x kisík u tep’mubaj yéetel u k’awelil jun túul jach jaj x ch’uupe’, le kisino’ kex jach seeb u peek tu yo’olal jun túul x ko’olele’, kex tan xan u taktaltie’, tu yiláj ma’a ma’alob ba’ali’ ku toop u kumpale’, wa u jets’maj u tuukul tu yok’ol u k’abo’ob. Tumeen ma’ tu pajtal u chúnik u t’aane’, ku bin u peksik u jo’ol tia’al u ya’alik ma’. Ti u jel k’iino’obe’ ku bin u máas chokotaj tun u ba’alil, chen ba’ale’, kisne’ ma’ tu peek tu yo’olal ba’axo’ob ku yuchlo’. Jach ichil u toojile’ tu ts’au baj ma’ tu luubul ichil u x ko’oil le ko’olelo’. Letie’ tune’ jo’op’ u nich’bal tu yo’olal ma’ tu béetik u k’expajal u yóol le k’ak’asba’alo’, u tia’al ka luubuk tu k’aan ka chilak yéetel, bey tun le ko’olelo’, ka tu ya’alaj ti’ beya: «Ilawilaej melenkeep kisín, –jach bey taytak u wak’al u yóol ka tu sáaskuntaj u tsólik ti’ kisín, ka tu lu’usaj tuláakal tun le su’tal p’aatal ka’achtio’–, le k’iin ma’ kulan waye’ le a kumpaleo’, waye’ ku yoklo’ob aj ts’ono’ob bey xan aj si’ilo’ob, teche’ a woojel u p’aatal máak tu junale’ ma’a ma’alob ba’ali’, bey tuno’ yan k’iino’obe’ letio’ob ku lak’inkeno’ob, tumeen letio’obe’ jach u yojelo’ob tin k’aane’ mants’ats’ ken u kaxto’ob jun p’éel “chan jool”». J Lucifer tumeen mants’ats’ leti’ u meyaje’ súuk u yu’ubik ba’alo’ob beyo’, ba’ale’ nich’banaj tu yo’olal u x ma’su’utaj yaatán u kumpale u taj yabiltmajo’, ts’ó’okole’ ma’ súuk u yu’ubik tu chi’ kio’olel k’ak’ast’áano’ob je’e bix le ku ya’alik le x ko’olelo’. Takchaj u k’eeyik bix u t’áan le menkisín x ko’lelo’ ba’ale’ chen beychaj u jok’ol tu chi’ chen jun p’iit buts’ tu chi’. «I lauilae in etail j Lucifer, –ku bin u bin u t’áan le x Inocentao’– ma’ ma’alo’bi’ le u bin a p’aatik yook’ol kaab chen tu yo’olal a waantik a kumpale’ ti’ jun p’éel ba’al ta wa’alaj ti’. Ilauilae, ko’ox béetik jun p’éel ba’al, wa tech ka béetik ba’ax kin k’áatiktecho’, kin súut bey jun túul x yutsil ko’olel antaj yuum k’iin, ba’ale’ wa le ba’ax ken in ts’aj a béetej ma’ ta pajtale’, tech tune’ ka súut tu’ux taalech bey xan ma’ ta wa’alik mixba’al ti’ in wichan ti’ ba’ax ken in béetej» Le kisín tune’ chen tumeen ts’ó’ok u naakal u yóol te kúuchilo’o tu’ux mina’an mix ba’al ma’alob chen le x ko’alelo’, ba’ale’ tu yo’olal u toj kuxtale’ ma’ tu beytal u máachík, tu yo’olal lelo’ tu yilaj ti’ le ba’alo’ob ku ya’alik le ko’olelo’ jun p’éel ma’alob bixi ku mans jun chan súutuk ki’imak oolalil. «Ma’alob tun, –ichil ki’imak óolile’ tu chínjo’oltaj u t’áan le ko’olelo’–, sáamal ken sáaschajke’ kájsik tun le meyajo’». Le ka sáschaje’ le kisín tune’, jach ki’imak u yóol, ka tu k’áataj tun u yax meyaj u tia’al u béetej. «¿Ba’ax yáan in béetej?» tu k’aataj ka’alikil ta’an u che’etik. Le ko’olelo’ tun che’ej xan ka tu béetaj bey táan u jokik jun ts’iit u tso’otsel u jo’ole’, ka tu jan ts’aj tun ti’ le k’ak’as ba’ale’. In k’áat ka tójkint le muulix tso’otsela’» tu ya’alaj bey máas ma’alob leti’ ket le kisino’, ka’alikil ku bin u che’ejtik yéetel jun p’éel che’ej chen leti’ u k’ajol bey máas kisín leti’ ket le kisno’. Le k’ak’asba’alo’ jop’ u cha’antik le polok box muulix tso’otselo’ku lembal ts’ó’ok u ts’abal tu k’aab tumeen le ko’olelo’. «Lela’ jun puli’ seeb» jan maan tu tuukul. Letie’ ts’ó’ok u yilik ka’achij u jo’ol le ko’oleo’ muulixkinta’an tumeen u jel máax ma’ bey síijiko’, bey tuno’ u tojkintike’ ma’ táalami’ u ti’al jun túll kisín, «tu chokokintaj utia’al u muulixkintik bey tuno’ yéetel chokoj xan ken in ka’a tojkintej, ma’alob u ya’alaj máas ya’ab ba’alo’ob u yojel kisín tumeen ch’ija’an ket tumeen kisín, je-je-je-je» tu ts’ó’oksaj ich jun p’éel ki’imakóolil ma’ súukan ti’. Le máak tune’ tu maacháj jun ti’its’ le tso’otselo’ yéetel ka’a p’éel u yaal u noj k’aabile’ layli’ bey tu béetaj yéetel u ts’ik k’aabilo’, tu chan sats’aj tun le tso’otselo’ ku lembalo’, tu nats’aj tu chi’ ka tu jan ustáj ka’a ten chokoj ik’ ti’, letie’ tune’ ku tuklik chen yéetel leti’ kun tójkintik ka tu jan jalk’ataj jun tist’ le tso’otselo’; jun puli’ ka ka’a muulixchajíj. Man ya’ab súutukilo’ob táan u kaxtik u tójkintike’, ba’ale’ le ba’alo’ ma’ u k’áat tójtali’. Leti’ tune’ ma’ tu kaxkubaj, ka tu ts’aj le tso’tselo’ yaanal ka’a p’éel tuunich yaab súutukilo’ob, ba’ale’ mixba’al ku yuuchul. Jach ta’aytak u waak’al u kuxtale’ ka jop’ u xaxa’che’etik, tu jajats’an te che’o’obo’, tuláakal le ba’axo’ob tu béetajo’ ma’ meyajnaj tia’al u tójtalo’. «Ku bisken kisín jun puli’» tu yawataj ichil jun p’éel cháak jok’ tu chi’. Bey ts’ó’ok u yookol u chíinil k’iine’, jach ka’an u winkile’ tu yo’olal le meyajo’ ka yu yawataj tun le ko’olelo’, u tia’al u k’áat chi’itik.

–¡Ma’ tu pajtal in tójkintik le tso’otselo’!, aalten tu’ux ta ch’aj le ts’o’otselo’. –Le ko’olele’ ma’ patchaj ma’ tu wa’ak’al u che’ej, le awat che’ejilo’ tu béetaj tun u chaktal u winkilal le k’ak’asba’ale’ tu yo’olal jach nichbanaj tun–. A’alten –tu yawatáj ti’–. ¿Tu’ux ta ch’a’aj?

Ichil che’ejile’ ka tu nuukaj tun le ko’lel beya’: «Le ba’al yáan ta kaabo’… jun p’éel u tso’otsel tin jokáj ti’ le ba’ax yáanten tu yaanal in tuucho’». Le kisín tune’ tu yo’olal le ba’ax tu yu’ubajo’, ka tu ch’ebaj u chi’ tak ka k’ascháj u yich, chen tio’olal ma’ tu ye’esik wa ts’ó’ok u nich’bal tumeen ma’a najmal ti’ máaxo’ob je’e bix letie’, máas ma’alob chen p’aat ma’ tu t’áan bey jun túul kimene’. J Satanás ti’ le aak’ab je’elo’ tu máansaj jun p’éel k’ak’as aak’abil, le u toopol tumeen le x ko’olelo’ jun p’éel ba’al ma’ tu pajtal u mansiki’. Tu tukláj u máas ma’alo’obile’ u jets’ik u tuukul utia’al u pa’tik le k’iin taytak u sáastalo’. Le ka sáaschajo x ko’olel tu kaxtáj tun u aj kaalamo’. «le mayaj bejlae’ ma’ jach táalmi’ je’e bix leti’ joljeako’ –le kisín tuno’ ku béetik bey mix táan u yu’ubik mixba’al, tumeen tak te súutukilo’, u xiibile’ nich’bana’an tu yo’olal toop tumeen le ko’olelo’–, je’e yáantech teela’ jun p’éel luucha’, –tu ya’alaj ti’, ka’alikil ku bin u ts’aik tu chúuk naaj–, in káat ka chúup yéetel u ja’il ch’een, ba’ale’ u tia’al a chúupike’ k’aabet a táasik ja’ yéetel le xux aak’ila’». Le ka tu yu’ubaj le kisíno’ ba’ax u meyajo’, jach oolak u toop’ol u yicho’ob ti’ u joolilo’ob, jach jela’an tu k’amijo’, ma’ tumeen wa tu tukláj jach táalam le meyajo’, lela’ tumeen tu yilán jun puli’ ma’ táalmii’. U naats’il le ch’eeno’ je’el u ch’aik wa kex chen yéetel jun p’iit ja’ ka p’aatak te xuxo’, je’el u chúupik le luucho’ kex ichil miil teno’ob u bin u taal. «Jun p’éel ba’al ma’ táalam tia’al jun túul jach jaj kisín» tu tuklaj ichil jun p’éel ma’ súuk ki’imakóolil. Le ka óknajk’iine’ chen u chan ch’ulmaj u jal u chi’ le luucho’. Ts’iik tune’ ka tu ch’a’aj le luucho’ ka tu puláj yook’ol jun p’éel ts’ekel tuunich yáan te beejo’. Jok’a’an u pixan jun puli’.

–¡Tech ka naajal, x ko’olel! Béet jen ba’ax a k’áate’, tumeen téene’ mix ba’al ken in wa’alt tin in kumpalei’, leti’ u kalaantaj ko’olelo’obe’, jun p’éel ba’al mix ten je’el u pajtal in béetike’–Tu yawataj ka’alikil ku bin u sa’atal ichil jun p’éel u buuts’el aazufre. Jach ma’ naache’ le peek’o’obo’ ku chi’ibalo’ob táan u ya’aliko’ jach taytak u k’uchulo’ob le aj ts’ono’obo’. Ichil ki’imak óolile’, le x chokoj iit ko’olelo’, jop’ u k’aayik jun p’éel k’aay ti’ yaabilaj.

CHAPERÓN DE ALCURNIA

La casa de paja de Inocenta Cuxín es la única que existe en aquel paraje que no alcanzó siquiera un nombre. Iba ya para el año que el hombre con quien vivía actualmente –ya había tenido dos amantes– la convenció de que lo acompañase hasta ese lugar.

–Allí vas a ser una reina –le dijo, entre otras cosas.

Al menos en eso no le mintió. Ciertamente era una reina porque no había otra mujer más que ella en varios kilómetros a la redonda. Su marido, un comerciante de madera, la abandonaba con frecuencia para atender sus negocios en la ciudad. Llegaba por unos días, le hacía el amor en la hamaca y volvía a desaparecer.

–Aquí se está desperdiciando mi juventud –se lamentaba cuando el marido tenía que irse a vigilar sus negocios.

–Nada te hace falta, mujer –le contestaba el hombre–. Te traigo tu comida y tu ropa; en la troje tienes maíz y leña para tu candela. ¿Qué más quieres?

–La hamaca es muy grande para mí sola –respondía en velada amenaza mientras su rostro se inundaba en llanto.

El comerciante, en una de sus tan frecuentes idas y regresos, tuvo el pálpito de que no solo él alimentaba de placer el cuerpo de Inocenta. “Creo que me está haciendo de chivo los tamales”, cavilaba mientras escrutaba los movimientos sensuales de la dama. “Si por mí fuera no me quitaba de la casa, pero tengo que cuidar el negocio”, reflexionaba al ser presa de la desagradable sensación que provoca ser alimento del gusano de los celos. Frente a él, en los próximos días, se presentaba un importante negocio que le dejaría muchos pesos. Le preocupaba que su ausencia del paraje tuviera que prolongarse por ese motivo algunas semanas. Durante la noche, envuelto por el suave calor de las carnes de su mujer, se le ocurrió la idea que le permitiría irse con la seguridad de que nadie se cobijaría en los brazos de su amada. Apenas se anunció la claridad del día, se dirigió al cenote que se encontraba en medio de la tupida selva que circundaba sus terrenos. Ahí estaba quien podía ayudarlo. Uniendo sus manos frente a su boca a manera de corneta empezó a gritar, girando para todos lados:

–¡Compadre! ¡Compadre! ¡Compadre!

No se había desvanecido la última palabra de su boca, cuando del espeso follaje que cubría la boca del cenote salió un apuesto mestizo ataviado con sombrero blanco de fieltro, alba filipina con botonadura de carey, almidonado pantalón del mismo color, alpargatas chillonas y paliacate rojo al cuello. Sus ojos color de fuego miraron al comerciante y al instante en su boca se bordó una sonrisa de alegría.

–¡Compadrito, qué gusto me da verte! No te doy un abrazo porque estoy saliendo del centro del infierno –le dijo al momento que abrazaba al vacío abriendo y cerrando los brazos.

–No te preocupes, compadrito. Disculpa que te moleste pero quiero pedirte un inmenso favor –le contestó el comerciante mientras empezaba a relatarle las cuitas que le provocaba su recién adquirida esposa.

El mestizo escuchaba con atención las penas del hombre. No quería inmiscuirse en un asunto que le parecía ciertamente banal, pero contaba con muy pocas defensas contra la petición de su compadre. El favor que le pedía su compadre le parecía ingrato y hasta sentía que no iba con su prestigio ganado a pulso durante varios milenios.

–Debes saber, compay, que cargo con muchos pendientes en agenda. Tengo que avivar algunas guerritas, ponerle candela a algunos pleitos, liberar algunas epidemias.

Tengo que administrar a mis súbditos: agiotistas, lenones, comerciantes, cantineros y hasta algunos curas. De verdad, con el alma quisiera ayudarte, pero entiéndeme que este mundo sin mi cuidado se muere de hastío.

El hombre, aunque no entendió todo lo que le decía su compadre, no cejó en su intento de requerirle le hiciera el favor de cuidarle a su esposa.

–Sólo por algunas semanas. Ya vez que nunca te he pedido nada, compa –dijo en un tono tan lastimero que su mismo interlocutor, al escucharlo, se sintió incapaz de negarse–. Esta es la primera vez que recurro a ti. La verdad es que no puedes fallarme.

El mestizo sabía que lo dicho por el negociante era cierto y, hasta cierto punto, se sintió halagado de que su compadre le tuviera la enorme confianza de encargarle a su mujer, sobre todo conociéndole su debilidad por las damas.

–Bueno, bueno –sus palabras eran apenas audibles: salían sin el gusto de decirlas–. Voy a cuidar a tu mujer mientras regresas, pero esta será la única y última vez que me pides esta clase de favor.

El negociante, presa de alegría, se puso a brincar de puro gusto.

El día convenido, el mestizo se presentó justo en el momento en que el negociante partía a lejanas tierras.

–¡Gracias, compay! –alcanzó a decirle el hombre, antes de que su caballo se ocultara en la primera curva del camino.

“Palabra de diablo es palabra de honor”, dijo para sí mismo a manera de respuesta tardía, cuando se encontraba sentado en una piedra del camino. Desde ahí observaba a la mujer ir y venir por toda la casa de paja, ufana en sus labores domésticas. Inocenta era en verdad hermosa. Debajo de su hipil bordado se dibujaba un torneado cuerpo que bien adivinó su hombre cuando la vio trabajando en la cantina de donde la sacó. La mujer fingía no ver al mestizo, aunque ya sabía que era su chaperón. Ya por la tarde, la mujer se dignó dirigirle la palabra:

–¡Arredovaya! Ahora hasta cuidador de viejas te has vuelto, compañerito. Yo sé quién eres –le dijo mientras le sonreía con marcada coquetería–. Tú eres el Diablo. ¡Amiguito, en lo que has caído!

Mefistófeles arrugó la cara y solo alcanzó a refunfuñar palabras inaudibles. Por la noche, la mujer se bañó con hojas de salvia y su cabellera ondulada la rastreó con peine de monte.

–Ven. Acuéstate en mi hamaca –convidábalo con voz melosa y movimientos de invitación con los dedos de su mano derecha–. ¡Ven, diablito, ven! Total que tu compadre ni se va a enterar.

Aunque la mujer era toda una diabla envuelta en piel de verdadera hembra, el demonio, que por cierto era de cascos muy ligeros, aunque ardía de pasión, dio clases de autodominio. Le pareció una actitud deleznable traicionar la confianza que su compadre puso en sus manos. Como las palabras no encontraban el camino a su boca, mostraba su negativa al convite moviendo su cabeza de un lado al otro. En los siguientes días las insinuaciones de Inocenta subieron de tono; sin embargo, el diablo se mostraba impasible ante la tormenta. Impertérrito, contuvo su lascivia. Quien empezó a desesperarse por la contumaz defensa del diablo en comparecer a las mieles del amor fue la mujer.

–Mira, mira, Kisín pendejo, –al borde del paroxismo le aclaró, abriéndose de capa y espada–, cuando tu compadre se va, por aquí pasan cazadores o leñadores; tú sabes que la soledad es mala consejera, así que ellos a veces me hacen compañía. Bien saben que en mi hamaca siempre encontrarán un huequito.

Lucifer, que en razón de su mismo oficio había escuchado miles de confesiones, se escandalizó por la desfachatez de la mujer de su querido compadre. Además, no era afecto a escuchar de las mujeres palabras soeces. Quiso reclamar la desvergüenza de la fémina, pero de su boca solo salió un poco de humo.

–Mira, mi querido Lucifer –continuó hablando Inocenta–, no está bien que descuides el mundo solo por cumplirle una promesa a tu compa. Mira, vamos a ponernos a prueba. Si tú cumples lo que yo te pido, me portaré como monja de convento; pero si las pruebas que te voy a poner no las pasas, entonces te vas y no le dices nada a mi esposo de lo que haga.

El diablo, que ya estaba harto de lo prosaico de su encomendada, además de que empezaba a darse una soberana aburrida en el lugar, en donde lo único bueno era la mujer que por cuestiones de honor tenía vedada, encontró en la sugerencia de la dama una buena manera de divertirse sanamente.

–Sale vale –aprobó la propuesta alegremente–. Mañana por la mañana comenzamos las pruebas.

Al amanecer, el Diablo, emocionado y contento, pidió su primera prueba.

–¿Qué es lo que tengo que hacer? –preguntó con curiosidad.

La mujer sonrió y fingió arrancarse un cabello de la cabeza, que le alcanzó inmediatamente.

–Quiero que hagas lacio este cabello rizado –le dijo retadoramente mientras blandía una maléfica y enigmática sonrisa.

El diablo observó el grueso hilo capilar negro finamente rizado y brillante que le puso la mujer en la mano. “Esto es pan comido”, caviló en el instante. Él ya había notado que el cabello de la mujer estaba ondulado por métodos artificiales, así que alaciarlo era cosa fácil para un diablo. “Se lo onduló con calor y con calor lo voy a volver a su estado normal. Bien dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo je je je je”, remató con inusual alegría.

El mestizo tomó un extremo del cabello con los dedos índice y pulgar de la mano derecha; en el otro extremo repitió el procedimiento con la siniestra; estiró suavemente la brillante hebra pilosa, acercó su boca y dos veces sopló suavemente aire caliente, considerando que era suficiente para hacerlo lacio. Soltó una punta del pelo. El cabello volvió a rizarse de inmediato. Durante horas trató de alaciarlo, pero el cabello rizado se negaba a cambiar de forma. Desesperado, lo puso entre dos piedras por horas, pero nada. Al borde del paroxismo, pisoteó el cabello, lo azotó contra los árboles; todo lo que realizó no dio el resultado esperado.

–¡Me lleva el diablo! –gritó a través de un relámpago que emergió de su boca.

Ya entrada la tarde, exhausto por el esfuerzo, llamó a gritos a la mujer para interrogarla.

–¡No puedo alaciar este pelo! Dime de dónde lo agarraste.

La mujer no pudo contener la risa. La sonora carcajada hizo que el diablo se pusiera colorado de coraje.

–Dime –le gritó–. ¿De dónde lo agarraste?

Entre risas la mujer contestó:

–Eso que tienes en la mano es un vello que me arranqué de los pelos que tengo un poco abajo del ombligo.

El diablo, ante la respuesta, solo hizo un rictus que le desfiguró el rostro para no continuar perdiendo la compostura que corresponde a su jerarquía. Mejor guardó un silencio sepulcral. Satanás, en esa ocasión, pasó una noche de los mil demonios. La derrota era una afrenta que no podía superar. Consideró que lo mejor para su estirpe era serenarse y prepararse para el día que ya se le venía encima. Al amanecer fue la mujer quien abordó a su chaperón de alcurnia:

–La prueba de hoy es más fácil que la anterior.

El diablo fingía no escuchar, pues aún su orgullo estaba sangrando por la herida de la derrota.

–Aquí hay una jícara –le dijo, al tiempo que ponía el utensilio en medio de la casa–. Quiero que la llenes con agua del pozo, pero para llenarla debes traer el agua en este canasto de bejuco.

Al oír en que consistía la prueba, al diablo casi se le salen los ojos de las órbitas. La reacción fue monumental, no porque considerara difícil la prueba, sino todo lo contrario. La cercanía del pozo le permitiría, con solo unas gotas que retuviera en el canasto, llenar la jícara en unas mil vueltas. “Cosa fácil para un verdadero diablo”, pensó con inusitado regocijo. Cuando llegó la tarde apenas había logrado humedecer las paredes de la jícara. Fúrico, tomó la jícara y la arrojó contra una laja del camino. Se encontraba fuera de sí.

–¡Mujer, tú ganas! Haz lo que quieras, que yo no voy a decir nada a mi compay. Eso de cuidar mujeres es algo que ni yo mismo puedo hacer –le gritó mientras desaparecía en medio de una nube sulfurosa.

A lo lejos se escuchaban los ladridos de los perros, que anunciaban que los cazadores apocaban la distancia. Llena de alegría, la mujer se puso a cantar una canción de amor.

Fuente:

  • CEH MOO, SOL, Jats’ts’illoolilo’ob Xibalbaj / Jardines de Xibalbaj, Instituto de Cultura de Yucatán, Dirección de Patrimonio Cultural, Mérida, Yucatán, México, 2010.

El perro y Kakasbal

El perro y Kakasbal

El perro y Kakasbal

Había una vez un hombre que tenía un perro. Pero como este hombre era muy pobre, siempre estaba malhumorado y desquitaba su coraje golpeando a su fiel perro.

El demonio Kakasbal se dio cuenta de ello y quiso sacar provecho del resentimiento que seguramente sentía el animal contra su amo. Entonces, se le apareció al perro y le dijo:

—Dime qué te pasa, pues te veo muy triste.
—Y cómo no he de estarlo, si mi amo me pega sin motivo —contestó el perro.
—Sé bien que tu amo es un malvado. ¿Por qué no lo abandonas? —sugirió Kakasbal.
—Es mi amo y debo estar a su lado —afirmó el perro.
—Yo podría ayudarte a escapar —propuso Kakasbal.
—Nunca lo dejaré —dijo el famélico perro.
—Pero tu amo jamás agradecerá tu fidelidad —arremetió Kakasbal.
—No importa, yo siempre le seré leal —aseveró el perro.

Tanto insistió Kakasbal que, para librarse de ese demonio, el perro le dijo:
—Hummm, me has convencido, dime qué debo hacer.
—Dame tu alma —respondió el malvado demonio.
—¿Y qué recibiré a cambio? —preguntó el perro.
—Todo lo que quieras —prometió Kakasbal.
—Quiero que me des un hueso por cada pelo que tenga en mi cuerpo —pidió el perro.
—Trato hecho —dijo emocionado Kakasbal —y comenzó a contar los pelos del perro.

Pero cuando Kakasbal estaba contando los últimos pelos del perro, éste dio un brinco y la cuenta se perdió.
—¿Por qué te moviste? —le preguntó Kakasbal.
A lo que el perro contestó:
—Las pulgas me devoran y me hicieron brincar. Vuelve a contar.

Cien veces comenzó la cuenta Kakasbal, y cien veces la perdió porque el perro siempre brincaba. Kakasbal al fin comprendió que nada podría hacer frente a la lealtad del perro, y le dijo:
—Ya no seguiré contando tus pelos. Me has engañado, pero también me has dado una gran lección: Es más fácil comprar el alma de un hombre que el alma de un perro.

 

Fuente:

  • ABREU GÓMEZ, ERMILO. Leyendas y consejas del antiguo Yucatán. Botas. México, 1961.
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